El mitin que algunos izquierdistas ahora organizan junto con diplomáticos cubanos para pedir el regreso de las estatuas de estos personajes ha llegado a oídos de la administración Sheinbaum-Brugada, cuyo ethos político liberal y consumista dista mucho de ser el de la Revolución Cubana.
Seis décadas de castrismo son muchas y el juicio no debe atemperarse. Las políticas económicas de la Revolución Cubana fueron desastrosas, Cuba es una tiranía gobernada por personas mentalmente cegadas, incapaces de ver la forma en que su país yace en el más absoluto abandono. Aún así, habría que reconocer ciertos aspectos reminiscentes de la tradición dentro del castrismo como son la importancia de los mitos, la exaltación de la virilidad y un conservadurismo social que hermanó a la Revolución Cubana con el régimen nacional-comunitarista de Gustavo Díaz Ordaz y no con los estudiantes “izquierdo-libertarios” del 68. Para tal efecto, por más defectos que podamos encontrarle a la Revolución Cubana, por lo menos deberíamos de reconocer que a diferencia de las derechas e izquierdas posmodernas, que atomizan a las sociedades humanas mediante el consumismo, el castrismo sigue siendo un reflejo deformado de lo que es nuestro.
Por el contrario, Alessandra Rojo de La Vega, por más “anticomunista” que pueda ser, es una feminista libertaria al estilo de Gloria Álvarez, que promueve el aborto y la ideología de género. Además, a ella le encantan los hippies, le encantan las sociedades sexodiversas modernas y le encanta la gentrificación. Para ella, retirar las estatuas del Che Guevara y Fidel Castro es un acto de “congruencia” por su oposición a una ideología estatista que ella no profesa pero también por su desprecio a lo masculino: Fidel y el Che, por más defectos que les podamos encontrar, son hombres que pasaron a la historia y que nos demuestran una realidad ineludible: la violencia tarde o temprano será necesaria tanto para atacar como para defenderte.
Alessandra Rojo, por el contrario, representa la represión interna de una violencia que sin embargo es ejercida por la sociedad civil (una forma velada de estado totalitario) contra quiénes queremos vivir en una sociedad tradicional. Alessandra Rojo es también una manifestación politizada del posmodernismo freudiano que se asusta con los fusilamientos pero crea falsos instintos (pansexualismo absoluto y promiscuidad total) a la vez que intenta convertir al ser humano en un muñeco de madera imposibilitado para transformar su entorno y restaurar el equilibrio perdido.
Además, sea como sea, tanto Fidel como el Che son parte de una historia iberoamericana que no podemos negar. Después de todo, el Che es el reflejo de nuestros complejos internacionalizados en aquel criollo hispanoamericano que desprecia a su raza y a sus orígenes verdaderos. Castro, por el contrario, es el recordatorio del hombre maquiavélico que sometió al mundo con su palabra y con su cabildeo. Ambos son en cierto modo arquetipos de nuestra hispanidad y ambos son, aunque no nos guste, una parte de nosotros.
El hecho de que organizaciones como México republicano y un sinfín de figuras que supuestamente se hacen pasar por patriotas o por católicos en las redes sociales pongan en los altares a Alessandra Rojo es una clara señal de su pragmatismo materialista, que coloca el desastre económico de la Revolución Cubana y la falta de “libertades individuales” como lo único importante, más allá de cualquier análisis histórico y antropológico. En este sentido, esta gente no se diferencia demasiado de los izquierdistas trasnochados que veneran al Che Guevara, pese al hecho de que este personaje alguna vez dijo que “los mexicanos son una banda de indios iletrados”.
Dicho sea de paso, quitar y poner estatuas es infantilismo político. ¿Por qué no hay estatuas del emperador Maximiliano o de Miguel Miramón o de Tomás Mejía? Simple y llanamente, porque la modernidad liberal pretende adoctrinar a la población con las estatuas de uno u otro modo cuando la realidad es que una nación madura debe saber coexistir con todas sus figuras relevantes.
Castro y el Che deben estar presentes como estatuas, no en un sitio de importancia sino como parte del recuerdo urbano en aquellos sitios donde deambularon porque fueron parte del último periodo histórico de la vida nacional. Nos guste o no, su legado está ahí. En cambio, Alessandra, aunque llegara a la Presidencia, siempre será una nota de pie de página.
Aunque algunos se nieguen a admitirlo, Fidel y el Che son la manifestación visible de la parte oscura del alma iberoamericana. Y sea como sea, ellos serán mucho más representativos de nosotros que la luz artificial de una feminista liberal pintada de azul.