Ya van dos semanas consecutivas que en la Ciudad de México y otras partes del país, colectivos de izquierda se organizan para promover marchas contra la gentrificación. Lo relevante aquí, sin embargo, es que la lucha contra la presencia de extranjeros parásitos no suele ser propia de una izquierda que apuesta por el multiculturalismo y el igualitarismo.
Lejos de eso, quienes iniciaron las campañas contra la gentrificación en la Ciudad de México y en el resto de país fuimos los nacionalistas. Concretamente, los miembros del Frente Nacionalista de México pero también de otras organizaciones de buena fe y desgraciadamente, de un grupo de porros al servicio del régimen, que se tapan la cara y coquetean con lo “ilegal” a la vez que beben de sus nexos con el gobierno y con sus partidos corruptos. A lo largo de varios años, estos porros mercenarios han usurpado la causa del patriotismo para venderse como grupo de choque, atrayendo la represión del sistema, operando como verdaderos agentes de la confusión y el engaño.
Recientemente, un grupo de esta misma calaña y sus porros difundió propaganda que imitaba la de otras organizaciones pero con consignas totalmente descontroladas, que fomentaban la violencia y la ilegalidad. Por fortuna, los nacionalistas sabemos perfectamente quiénes son estos porros. Sin embargo, es gracias a ellos que el régimen, preocupado por la posibilidad de que un verdadero nacionalismo tomara la bandera de la lucha contra la gentrificación, tomó acción para que sus propios grupos de izquierda, lo hicieran primero.
En efecto, los grupos de izquierda que ahora luchan contra la gentrificación lo hacen por imitación y porque son una disidencia controlada, cuyo propósito no es sino evitar que los nacionalistas comencemos a atraer a la gente a nuestra causa. La izquierda posmoderna sabe perfectamente que la gentrificación es un fenómeno woke, que el feminismo es colonialista, que el hippie es la última manifestación del colonialismo blanco en el mundo no europeo. De ahí la importancia de generar un movimiento contra la gentrificación que sea expresamente sexodiverso y posmoderno. Es decir, una farsa controlada por el régimen y para el régimen.
Las marchas dirigidas por los grupos de izquierda y secundadas por colectivos anarquistas supuestamente están en contra de la gentrificación pero favorecen su fenómeno hermano que es el de la lumpenización.
El lumpen, la otra forma de dominación
La palabra lumpen surgió por primera vez como término académico en la sociología alemana para referirse a las masas que viven arrumbadas en los suburbios de las grandes ciudades. Se trata, del aborto social de un sistema capitalista que no absorbe a la totalidad de la población dentro del trabajo asalariado. Después de todo, el desempleo de un sector grande de la población es un aliciente para que los demás acepten de buena gana la supervivencia que se les ofrece a través de la explotación en las fábricas o en la economía de servicios. No obstante, el hecho de que la población crónicamente desempleada, previamente arrojada de sus comunidades tradicionales y enviada a las zonas conurbadas de las grandes metrópolis, permanezca ahí durante décadas, propicia el surgimiento de una colectividad masiva de gente sin cultura, sin identidad y absorta en el pesimismo más absoluto. Es precisamente en el lumpen de los barrios bajos en lugares como Tepito, Ecatepec o Chimalhuacán donde podemos encontrar este grotesco fenómeno de nihilismo que deviene en criminalidad, drogadicción, desintegración familiar, inmoralidad sexual y parasitismo. Es decir, de la sociedad que se destruye a sí misma.
Por un lado, la gentrificación destruye nuestra identidad nacional al arrojar de los sitios históricos a la población nativa, imponiendo parámetros de consumo arcaizantes como es el caso de la “agricultura orgánica” pero que sin embargo, se comercializan para legitimar las falsedades históricas que hablan acerca de un antiguo “matriarcado” o de un veganismo que puede “salvar el alma”. Por otro lado, la lumpenización es el caldo de cultivo de donde el régimen extrae a sus grupos de choque anarquistas o feministas, mercenarios que existen expresamente para impedir que cualquier causa social se convierta en un revulsivo para una auténtica revolución nacional y que sobreviven gracias al pillaje y a las ayudas sociales que pueden exigir al estado a costa del esfuerzo de los que sí trabajamos. En el lumpen, donde prevalece la maternidad irresponsable, el huachicoleo, la promiscuidad y el consumo de drogas, es donde podemos encontrar la manifestación concreta del populismo propio del subdesarrollo latinoamericano. Es, en el peor de los casos, una forma legitimada de extorsión donde el gobierno debe usar el dinero de los contribuyentes para pagarle a estos parásitos bajo la promesa de que de este modo, no se integrarán de lleno al crimen organizado.
Después de todo, mientras todo esté bajo control del régimen, cualquier exceso servirá para alejar a la gente de la lucha legítima. Además, la cultura de lumpen, qué es la de los marihuanos, las prostitutas y los parásitos sociales, es tan colonialista como la del gentificador, porque en ambos casos se reprime a la verdadera cultura nacional y a los verdaderos valores mexicanos que nosotros defendemos y ellos quieren destruir.