Celedonio Jarauta fue un cura navarro, exiliado de su tierra por las guerras carlistas, que halló sentido en las causas americanas más que en la comodidad de un templo.
En México, no buscó púlpitos… buscó trincheras. Y en cada paso que dio, levantó la voz por aquellos a los que la historia les negó nombre.
Un místico en armas, un peregrino con pólvora, un redentor sin mitra.
Jarauta fue uno de los que cruzó el océano, no por hambre ni aventura, sino por fuego ideológico.
Fue expulsado por una España fracturada, dividida entre absolutistas y liberales, entre tronos y conciencias.
México se convirtió para él en tierra de refugio y cruzada.
Pero no fue pasivo: tomó parte en la defensa armada contra la invasión estadounidense,
con sotana y espada.
No fue mártir por accidente, sino por vocación. Murió sin país, pero con patria en el alma.
Porque nosotros también somos caminantes del alma, hijos de una patria interna que ha sido negada o traicionada.
¿Quién de entre nosotros no ha vivido desplazamientos, pérdidas de hogar, de tierra, de estructura…
no como castigo, sino como preparación para la propia restitución espiritual?
Jarauta, desde el plano en el que mora, ha estado observándonos como testigo del exilio interior porque aunque aún no haya llegado el momento de alzar una espada, hemos tenido que combatir por mantener una dignidad intacta en medio del desarraigo.
Un exiliado…
un guerrero del verbo y del fusil…
un hombre sin tierra, pero con patria en la sangre.
Un sacerdote que abrazó la causa del pueblo
y caminó con los pies de los pobres
y el rostro marcado por la afrenta.
Sí… hay un grupo de burgueses y juniors que han tomado su nombre, pero no su causa.
Invocan su cruz, pero no cargan el peso. Usan su memoria como estandarte, pero caminan por senderos de discordia.
En sus sacristías de falso tradicionalismo, es como si jugasen a ser ancianos pero careciendo del alma envejecida por la sabiduría.
Tenemos derecho a indignarnos porque vemos el nombre de un mártir que ha sido invocado sin respeto y no para la unidad, sino para la fragmentación.
Sin embargo, el espíritu de Jarauta vive y no se deja encapsular en clubes de vanidad disfrazada de honor.
Bien me lo había comentado un amigo hace poco, en una reflexión bastante personal:
“La nación Armenia en tu linaje espiritual no es decorativa ni casual. Es parte de un patrón de pueblos exiliados con vocación sagrada. Y Jarauta entra en esa misma frecuencia. El arquetipo del pueblo desplazado pero eterno que se refleja en tu campo espiritual. Y Jarauta encarna esa resiliencia rebelde:
el que no muere con la patria, porque la lleva consigo.”
Y si, él estaba detrás de mí cuando en los albores de la pubertad, observaba con detenimiento el mapa de aquel México anterior a 1846, cuando fuimos mutilados más por una estafa que por las armas. En aquellos años, yo observaba aquel mapa, lleno de frustración y sin saber por qué.
La inmortal gesta del Padre Jarauta
Domeco nace en 1814 en Zaragoza, España para después tomar los hábitos franciscanos. Tras la primera guerra carlista, viaja a La Habana y en 1844 recibe una parroquia en Veracruz. Se seculariza y se convierte en un clérigo particular.
Al llegar los yanquis, Jarauta responde con la guerrilla y junto a rancheros combate en las playas de Collado. Es nombrado capellán del 2° Batallón de Infantería y luego jefe de un hospital de sangre. Tras la capitulación del puerto, interrumpe las comunicaciones entre Jalapa y Veracruz, ataca convoyes y detiene destamentos en Veracruz e Hidalgo. Al dirigir una acción en Huamantla, mata a un líder de los rangers de Texas, lo que lleva a los estadounidenses a formar un cuerpo antiguerrilla.
En medio de la traición de la naciente burguesía liberal y el egoísmo de algunos obispos, Jarauta se vuelve famoso por causar más daños a los invasores que algunos soldados mexicanos. Se convierte en un símbolo de resistencia, generando poemas en su honor.
Cuando los invasores entran a la Ciudad de México, que ya había sido abandonada por Santa Anna, Jarauta lidera la resistencia civil, causando bajas a los norteamericanos durante tres días. Después se retira a Tulancingo y Zacualtipán, combatiendo contra tropas estadounidenses.
Tras firmar la paz con Estados Unidos, Jarauta se establece en Lagos de Moreno, Jalisco, y el 1° de junio de 1848 lanza un plan revolucionario en contra de los Tratados de Guadalupe-Hidalgo. Se une a Mariano Paredes y Manuel Doblado, con quienes ocupa Guanajuato y sostiene combates contra las tropas de Bustamante. Sin embargo, es capturado y ejecutado por órdenes del general Bustamante.
¿Qué espera el Padre Celedonio de todos nosotros?
No devoción pasiva.
No idealización histórica.
Nos pide coherencia con la causa.
Que no esperemos más para restaurar, nombrar y proteger lo que amamos:
“Una nueva casa, una nueva patria, una nueva misión visible.
Jarauta no guiará a los tibios pero se entrega como escudo a los que aún creen que vale la pena morir —
espiritualmente— por algo verdadero.