Ciertamente, el sistema progresista y sus agendas de género han sido de gran utilidad para la gran finanza internacional porque al destruir la cultura y la identidad de los pueblos, el gobierno mundial será más fácilmente aceptado. Sin embargo, la drogadicción, la promiscuidad y el parasitismo que el progresismo de izquierda ha generado, se han convertido en un freno para la productividad. De ahí que un sector de los capitalistas ahora apueste por la restauración de algunos aspectos del judeocristianismo que hicieron posible los éxitos económicos de Estados Unidos.
En el papel, estas “derechas renovadas” prometen una defensa de la familia, los valores cristianos y un relanzamiento de la civilización occidental. Además, si el Siglo XX fue el siglo americano, Donald Trump desea que Estados Unidos vuelva a ser grande. Por ende, más que una lucha contra la globalización, lo que busca Trump es volverla a poner bajo control estadounidense. Sin embargo, esto es imposible porque el modelo industrial representado por el coloso anglosajón está llegando a su fin.
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