En un informe de la Red de Institutos Universitarios Latinoamericanos de Familia (REDIFAM) ligado a la Iglesia Católica, un grupo de académicos preocupados señaló que México, Chile, Argentina y Colombia se sitúan por debajo de la tasa de fecundidad conducente al reemplazo generacional. Para este sector de la Iglesia, una nación no puede sostenerse sin suficientes niños. Esta retórica no es una sorpresa si tomamos en cuenta que los católicos son los principales opositores al aborto en el mundo. Sin embargo, la publicación tiene la suficiente seriedad como para no caer en el mero sentimentalismo o en la mera consigna de los católicos aburguesados que se opone al aborto pero no cuestionan a la sociedad capitalista. A diferencia de estos, el informe señala que el descenso de la natalidad está relacionado con la precariedad económica, la falta de apoyo a la maternidad y erosión de los vínculos familiares.
La paternidad responsable, a final de cuentas, fue un producto retórico vendido a las generaciones recientes y pasadas en nombre de la madurez emocional bajo la premisa de qué tener hijos implica gastos. Si tenemos menos hijos, podremos criarlos mejor en un ambiente económico desfavorable. Sin embargo, de lo que nunca nos percatamos es el hecho de que toda consigna que apela a la responsabilidad y a la madurez solo puede fructificar en un terreno fértil. Es decir, en aquellas personas que aspiran a ser responsables y maduras. Lamentablemente, son los mejores elementos de nuestra sociedad los que han abrazado al pie de la letra la consigna de la planificación familiar como medio para “hacer bien las cosas” mientras aquellos elementos asociales, mediocres o francamente podridos de nuestro entorno, continúan teniendo hijos a diestra y siniestra. De ahí que los varones responsables, sanos y con carreras universitarias restrinjan sistemáticamente su sexualidad mientras las sicarios y los barbajanes la ejercen con impunidad. Las mujeres, una vez liberadas de los tabúes en torno a la virginidad o al anticoncepción, no hacen sino obedecer a sus instintos más primarios, que las llevan a procrear hijos con hombres sexualmente atractivos, que en el México de hoy suelen ser aquellos con conducta y aspecto de sicario y de barbaján. En efecto, son los hijos de estos los que proliferan en el México de hoy gracias a la ausencia de vínculos familiares y a la inversión de los valores, que impone la restricción de lo instintivamente masculino a la vez que fomenta la no restricción de lo instintivamente femenino.
Como en buena parte del mundo, lo que México necesita no es un programa de eugenesia sino de ingeniería social basado en la reestructuración de la natalidad y de la formación de las parejas.
El libro, La ciudad del Sol de Tomás Campanella, es un reflejo amoral pero interesante de lo que en determinado momento tendríamos que hacer para salvar al estirpe mexicana de su extinción.