Cuando el presidente Trump publicó en su cuenta de redes sociales una imagen de broma donde se presentaba a sí mismo como Papa, muchos supimos leer entre líneas. Era un hecho que el próximo Papa sería estadounidense y que este sería el cardenal Robert Prevost, un conservador moderado que se ha propuesto eliminar las estridencias izquierdistas del pontificado de Francisco sin renunciar a la herencia de este último. En efecto, Prevost tal vez no esté muy cerca de Francisco en lo ideológico pero sí en otros rubros. Dicho sea de paso, Prevost no solo es estadounidense sino también peruano.
El 8 de diciembre de 1971, un grupo de personas procedentes de la alta burguesía limeña, liderados por Luis Fernando Figari, fundaron la organización conocida como “Sodalicio de Vida Cristiana”. A lo largo de varios años, esas personas habían divagado entre varias alternativas, pues al principio se plantearon hacer de su organización un movimiento político, después uno cultural y finalmente, uno religioso. Desde el principio, esta organización atrajo la enemistad de algunas congregaciones religiosas peruanas, que se sintieron agraviadas por la forma en que los fundadores del Sodalicio habían usado sus estructuras para constituirse. Sin embargo, el carisma de sus fundadores y sus ideales bastante simples y atractivos para el cristiano promedio, le permitieron al Sodalicio crecer hasta ser reconocida como una sociedad de derecho pontificio por el Papa Juan Pablo II en el año de 1997.
Lamentablemente, esta organización se vio expuesta al desprestigio público como consecuencia de malas prácticas internas, que sin embargo eran bastante comunes en los internados y colegios militarizados católicos de gran parte de nuestro continente. Hablamos aquí de situaciones como el bullying, las novatadas agresivas, y los deportes o ejercicios practicados de manera temeraria sin la guía de personas capacitadas para ello, lo cual propició que algunos adeptos de la organización hayan quedado lastimados física o emocionalmente. Eventualmente, ninguna de estas cosas era un motivo lo suficientemente poderoso para que la Iglesia Católica suprimiera a aquella organización. Sin embargo, había personas muy interesadas en suprimir al Sodalicio, por motivos que poco tienen que ver con la religión.
Un holding envidiado por muchos y una comparación incómoda
Del mismo modo en que la red comúnmente identificada en nuestro país como el Yunque, que inicialmente promovía una lucha sagrada a favor de la patria y la fe se transformó en un proyecto meramente financiero, motivado por las ambiciones económicas de sus líderes, el Sodalicio Peruano terminó convirtiéndose en un gran holding con un patrimonio valuado en 800 millones de dólares a través de colegios, universidades, cementerios e inversiones en diversos rubros. Por ende, del mismo modo en que para Enrique VIII de Inglaterra y sus obispos diocesanos, la supresión de las congregaciones religiosas y los monasterios resultaba un jugoso negocio por el tema de las propiedades de estas últimas, qué pasarían al control de la corona y de las diócesis, el Sodalicio atrajo enemigos.
Si bien algunos analistas peruanos han tratado de equiparar el caso de Sodalicio con el de los Legionarios de Cristo en México, dicha comparación no es adecuada, pues si bien los Legionarios también constituyeron un gran conglomerado empresarial al amparo de la organización religiosa, fue la organización religiosa la que dio origen al holding y no al revés. De entrada, los legionarios son una verdadera congregación con cientos de sacerdotes. Por el contrario, el Sodalicio ha sido una agrupación formada principalmente por laicos. Ni Luis Fernando Figari ni Germán Doig Klinge, sus principales fundadores, fueron sacerdotes. Además, mientras los principales detractores de los legionarios han sido católicos practicantes que alegan abuso sexual a cargo de su fundador y tenían como propósito limpiar a la congregación y a la iglesia de aquellos vicios ocultos, quienes se oponen al Sodalicio en el Perú son ateos antirreligiosos cuya motivación principal era obtener la supresión de la organización para así poder exigir indemnizaciones millonarias en colaboración con algunas diócesis peruanas, que podrían beneficiarse del reparto de sus bienes una vez que la organización ha sido suprimida.
Evidentemente, el Sodalicio de Vida Cristiana debió haber sido, si no suprimido, al menos intervenido por las autoridades eclesiásticas para corregir las malas prácticas internas. Además, existen testimonios incontrovertibles que confirman los vínculos de Luis Fernando Figari con el ocultismo y el yoga tántrico, que sin una adecuada guía espiritual y técnica pueden afectar gravemente la mente y la salud de quienes los practican. Por décadas, tanto el Vaticano como los obispos peruanos permitieron que esta gente ejerciera autoridad espiritual sobre sus seguidores sin tener la más mínima legitimidad para ello. De ahí la rampante heterodoxia del “Sodalicio de Vida Cristiana”. No obstante, los alegatos iniciales eran en torno precisamente a esto: el yoga, el bullying y la heterodoxia. En el caso del Sodalicio, las acusaciones de abuso sexual vinieron mucho después. En todos los casos, los supuestos culpables fueron laicos y en muchos de ellos, los relatos son tan absurdos e inverosímiles como el que involucra a una mujer y a uno de los fundadores del Sodalicio llamado Germán Doig Klinge, a quién ni siquiera le gustaban las mujeres por principio de cuentas.
El caso Sodalicio es una causa ideológica
Una vez que el Papa Francisco decidió suprimir definitivamente al Sodalicio pocos días antes de su muerte en abril del 2025, la suerte de los bienes o inversiones de la agrupación es todavía una incógnita pero existe otra dimensión importante sobre el caso Sodalicio y esta es la ideológica.
Ante la inverosimilidad de las acusaciones de abuso sexual, los detractores anticristianos del Sodalicio satanizan a los fundadores de la organización porque en su momento, estos leyeron o propagaron las obras de José Antonio Primo de Rivera, Corneliu Codreanu y otros autores afines al nacionalismo.
Sin bien está más que claro que esta organización carecía de un “carisma fundacional” (sus conceptos religiosos eran demasiado difusos y amorfos como para tener vida propia) sus fundadores son atacados por atraer conservadores y patriotas dentro de sus filas.
Para este grupo de personas, encabezados por dos periodistas partidarios de la ideología woke de nombre Pedro Salinas y Paola Ugaz, el Sodalicio es malo por haber coqueteado con el nacionalismo antes de convertirse en un holding.