Cuando el nacionalista afroamericano Marcus Garvey proclamó en 1920 que un rey negro sería coronado y que el día de la liberación (de los africanos) estaba cerca, algunas personas identificaron a aquel rey arquetípico con la figura del emperador etíope Hailé Selassie. Como suele suceder con toda causa legítima, la declaración profética de Garvey fue utilizada para que el sistema convirtiera al renacimiento cultural de los africanos en una nueva disidencia controlada, con varias ramificaciones.
El movimiento rastafari, que en términos generales puede considerarse como un movimiento de identidad africana legítimo, se desvió cuando un grupo de líderes mal guiados deifico la figura de Selassie, un hombre cuyos antepasados ni siquiera se consideraban africanos y en cuyo haber se encuentra un historial vergonzoso de esclavitud y explotación contra la población negra de Etiopía. Paralelamente, otro grupo transformó al movimiento de identidad africana en una plataforma para difundir el consumo de marihuana y un parasitismo social que ha marcado a muchas comunidades afroamericanas tanto en Estados Unidos como en el Caribe de habla inglesa.
Etiopía, un espejo arcaico de los mexicanos
Cuando Mussolini invadió Etiopía, el Emperador Hailé Selassie, masón y cosmopolita, sabía perfectamente que el cabildeo diplomático sería exitoso porque en gran parte de América, la gente de herencia africana estaba despertando. De ahí la importancia de una estrategia diplomática que presentara la ocupación italiana de Etiopía como la invasión de una potencia blanca y europea contra un país africano indefenso y celoso de su libertad. En el papel, las cosas eran así. Sin embargo, la realidad es que la clase política y étnica que ha dirigido el destino de Etiopía desde hace muchos siglos, no se considera africana. En efecto, ellos se consideran los descendientes hebreos del Rey Salomón, qué fundó a la nación etíope tras su matrimonio con la reina de Saba. Este es el mito fundacional de la Etiopía moderna, que en su momento sirvió para que la clase gobernante justificara su brutal maltrato contra los nativos negros del país, que no solo eran explotados impunemente por esos “hebreos” sino también, castrados y vendidos como esclavos a los árabes musulmanes. La ocupación italiana de Etiopía, aunque controvertida y probablemente equivocada, en realidad estaba imbuida de un humanitarismo que empujó a los italianos a liberar a los oromos, los somalíes y otras ya tenías de origen sudanés y nativo africano que sufrían el maltrato y la esclavitud a cargo de una casta gobernante que no se consideraba africana sino hebrea.
Lamentablemente, la ocupación italiana no podía llegar a buen término porque los fascistas revolucionarios tuvieron que echar mano del viejo ejército oligárquico y liberal de la monarquía italiana, que no solo no comulgaba con los ideales verdaderos del fascismo sino que también albergaba en sus filas a muchos masones y eurosupremacistas que llegaron a Etiopía para comportarse exactamente como lo hacían los gobernantes anteriores.
Tal vez haya estado motivado por el oportunismo pero eventualmente, Hailé Sélassié se vio obligado a abrazar para sí mismo y para su causa monárquica, una identidad africana que durante siglos había estado negada, pues por más que la clase gobernante etíope se considerara como hebrea, la sangre africana corre por sus venas. De manera inadvertida, el emperador había sentado las bases para una Etiopía más incluyente y reconciliada con su identidad. No obstante, el apetito explotador de la casta gobernante solo pudo ser domado momentáneamente y no sublimado, pues décadas más tarde, la misma caterva de racistas explotadores que se dice judíos pero no lo son sino sinagoga de Satanás, retornó al poder por la vía del golpe de estado marxista conocido como Derg, que llevó al país al caos y a la hambruna en nombre del panafricanismo.
Mengistu Hailé Mariam, un Plutarco Elías Calles cualquiera, formado políticamente en Estados Unidos, se encargó de encumbrar nuevamente a los explotadores en la cúspide de la sociedad, para desgracia de una población que deseaba encontrarse con todas las dimensiones de su identidad.
¿Qué tiene esto que ver con México?
Al igual que Etiopía, México es el fruto de un mestizaje y nuestro mito fundacional se basa en la idea de la integración entre lo hispano y lo precolombino.
Al igual que en Etiopía, nuestra clase gobernante, que es la de los descendientes de los conquistadores españoles y encomenderos, tradicionalmente se había enorgullecido de sus vínculos con Hernán Cortés y su conquista de Tenochtitlán hasta que la burocracia cortesana venida de España, trató de poner freno a sus abusos.
A lo largo de las décadas, la promulgación de las leyes nuevas que puso fin a las encomiendas y el sinfín de legislaciones que trataron de impedir la explotación y misericordia de los indígenas a cargo de los encomenderos y sus descendientes, propició que la casta de explotadores que nos oprime decidiera alterar la historia para identificarse precisamente con aquellos aztecas a los que sus antepasados quisieron aniquilar. Se trata de un vil engaño para seducir a las masas y eso fue exactamente lo mismo que hizo Miguel Hidalgo, qué buscó ante todo un gobierno de criollos.
El México de ahora, es un México gobernado por una casta parasitaria de origen extranjero, qué profesa ideologías extranjeras y entrega al país a los extranjeros a la vez que se viste de huipil y huaraches para hacerle creer a la gente que representan al pueblo que han explotado.
El México profundo, tarde o temprano tendrá que despertar ante los engaños de quienes usurpan nuestros símbolos nacionales e historia para promover sus intereses electorales y de grupo.